Andalusíes en Tombuctú
Varios libros y exposiciones y sobre todo la reciente petición del Premio Príncipe de Asturias para los moriscos andalusíes han puesto de actualidad la huella andalusí en la mágica, mítica y misteriosa Tombuctú, de la que aún hoy quedan vestigios. El sueño era crear un nuevo Al-Andalus a orillas del Níger. Por eso, en marzo de 1591, lo que quedaba de un ejército de 4.000 arcabuceros andalusíes, 1.500 lanceros magrebíes, 500 renegados europeos, 1.000 camelleros, 10 cañones y 8.000 dromedarios, cuya lengua franca era el castellano y su jefe un morisco almeriense, conquistó la legendaria Tombuctú, entonces capital del imperio Songhay. Se inició así un largo período de influencia andalusí del que aún llega la sombra a nuestros días. Los “arma” de hoy son descendientes de aquellos primeros portadores de armas de fuego en la remota Bilad al-Sudan, o Tierra de los Negros.
Quien luego sería conocido como Yuder Pachá nació, con el nombre de Diego de Guevara, en Cuevas de Vera (hoy Cuevas de Almanzora) en torno a 1560, en una familia morisca huida de tierras granadinas. El 28 de noviembre de 1573 una tropa de 400 piratas berberiscos, desembarcados en Mesa Roldán de una flota de 23 naves al mando del caíd Said ad-Dugali, saqueó el pueblo y se llevó a Tetuán un botín de más de un centenar de esclavos, entre ellos el adolescente Diego.
Los intentos de rescate de los cautivos fueron en este caso infructuosos y Yuder acabó sirviendo en el palacio del sultán Abd al-Malik. Castrado por uno de sus dueños, aprendió el árabe y se convirtió al Islam, Tras participar en la batalla de Alcazarquivir o de los Tres Reyes, el nuevo sultán de loa dinastía Saadi, Ahmed al-Mansur, lo nombró caíd de Marrakech y más tarde lo puso al frente del poderoso ejército con el que pretendía satisfacer su sueño de crear un gran imperio marroquí en el África subsahariana.
Aún mermado por la dureza de la travesía de más de 3.000 kilómetros de desierto, el ejército de Yuder, que había logrado controlar los estratégicos pozos de agua, derrotó en Tondibi a los rebaños de bueyes y camellos y a los 40.000 hombres (entre ellos 10.000 infantes encadenados a tierra para no poder huir) que el Askia Ishaq II lanzó contra sus caballos, arcabuces y cañones. Del impacto causado por el uso de armas de fuego proviene el término “arma” para definir a los descendientes de aquellos guerreros. A la victoria militar siguió la toma de la cercana Gao y luego de Tombuctú.
LA VERDAD TRAS LA LEYENDA. Situada a varios kilómetros del río Níger, la tradición atribuye la fundación de Tombuctú, “la de los 333 santos”, a un grupo de nómadas bereberes o Tuareg venidos del norte en el siglo XI. La ciudad floreció como destino final de las rutas de las caravanas de cientos o miles de camellos que cruzaban el Sahara desde Marrakech, Trípoli o El Cairo, por ser la ciudad más cercana a la también mítica Djenné, capital del imperio de Mali, hasta la que llegaba el oro procedente de las minas del desconocido sur. Las piraguas transportaban por el pantanoso delta las mercancías de las caravanas hasta Djenné y volvían a Tombuctú cargadas de cobre y oro.
Integrada en principio en los dominios del imperio de Ghana, que el rey Kaya Maghan Cissé había llevado en el siglo VIII hasta las orillas del Níger, el desarrollo de Tombuctú se asocia al ascenso del imperio de Mali y al reinado de Kanku Mussa, divulgador del Islam y protagonista de una mítica peregrinación a La Meca entre 1324 y 1330. Su fabuloso séquito y la cantidad de oro que gastó en limosnas durante su paso por El Cairo contribuyeron tanto como las exageraciones de los mercaderes que iban y venían de la ciudad (bloques de oro macizo donde los reyes atan sus caballos, oro que cuelga de los árboles) a extender su fama y a desbocar la imaginación de aventureros y codiciosos.
En la época en que el viajero tunecino Ibn Batuta la visitó, Tombuctú contaba con unos 70.000 habitantes, en su mayoría massuffíes, organizados por etnias en barriadas, y acogía a eruditos del Magreb, doctores árabes de Oriente, letrados del Sudán, sabios del Sahel, pero vivía de espaldas al mundo negro del sur. Tras un breve período (1435-1468) en poder de los tuareg, Tombuctú pasó a formar parte del emergente imperio Songhay. El pagano rey Sunni Alí el Grande la incendió y ejecutó a los sabios musulmanes, pero su sucesor Askia Mohamed se convirtió al Islam y ulemas, comerciantes y letrados volvieron a la ciudad reconstruida, que conoció un nuevo periodo de esplendor intelectual y espiritual.
Cuando a finales del siglo XVI, el sultán de Marruecos, presionado por el imperio Otomano desde el este y por los portugueses en la costa, pone en manos de un morisco andaluz y de un ejército de conversos extranjeros la toma de las minas de sal de Tagaza y la creación de un imperio subsahariano, Tombuctú ya había iniciado su entrada en la noche y el olvido de la historia.
Los “arma”. Si bien para unos la presencia de los andalusíes en la legendaria capital supuso el fin del imperio Songhay, heredero de los míticos reinos de Ghana y Mali, lo cierto es que la pobreza de Tombuctú y la modestia del palacio del Askia defraudó a Yuder Pachá, sobre todo al descubrir que el oro que pasaba por ella procedía de minas situadas mucho más al sur, en el País de los Negros.Aunque el desconfiado Al-Mansur lo sustituyó en seguida al frente del bajalato por varios efímeros pachás, Yuder continuó viviendo en Tombuctú y en Gao hasta 1599, cuando, cargado de mercancías y regalos para el sultán, retornó a Marruecos. Murió en 1605, víctima de las convulsiones causadas por las pugnas por el trono entre los descendientes de Al- Mansur.
Tras la gesta del eunuco almeriense, sus acompañantes se integraron entre la población local, casándose los oficiales con las princesas y los soldados con las plebeyas, e instauraron en las orillas del Níger una insólita dinastía andalusí, de costumbres y lengua castellanas, cuyo poder se mantuvo hasta mediados del siglo XVIII. A Yuder le sucedieron como pachás otros andalusíes: el taimado y belicoso Mahmud ben Zarqun, de Guadix, que pereció en una emboscada, y el conciliador Mansor Abderramán Diago, llamado el cordobés, que al parecer murió envenenado por una concubina de Yuder. Tras el retorno de éste a Marruecos, llegó el caprichoso Ammar al-Fata, también cuevano, que perdió a medio ejercito (500 renegados andalusíes) en el desierto y sufrió una severa derrota ante los soldados de Mali que cercaban Yenné. Fue depuesto por Al-Mansor por abandonar el gobierno del bajalato en manos de sus lugartenientes para disfrutar en palacio de una larga luna de miel con la toledana Nana Hamma.
Le sucedió otro cordobés, el prudente Suleyman, y a éste un morisco sevillano, Mahmud Longo, depuesto por el codicioso y concupiscente tesorero Alí de Tlemcén. El último gobernador morisco de Tombuctú fue el arbitrario Yahya de Granada, nombrado pachá en 1648, que saqueó sin motivo Gao y Bamba y murió en la cárcel en 1655. Años después pasó por el bajalato sin pena ni gloria otro gobernador cuyo apellido delata su origen hispano, Abderahman Ben Said Al-Andalusí, y en 1707 llega el último gobernador andalusí de Tombuctú: El-Mobarek Ben Muhammad, natural de Granada, depuesto por su tropas por su incapacidad para detener el avance de las tribus tuareg. La victoria de éstos en la batalla de Taya en 1737 acabó con el poder de los arma.
Aunque el gobierno de Tombuctú quedó en manos de los arma marroquíes, la preeminencia andalusí se prolongó hasta la definitiva derrota del bajalato por los peules en 1833 y la creación del reino de Macina. Para entonces, Tombuctú ya estaba en plena decadencia: los sabios y mercaderes la fueron abandonando, las caravanas escaseaban y los sultanes habían comprendido que era demasiado caro sostener una colonia sin minas de oro.
Si bien los “arma” de hoy (unas 10.000 familias, cuyos apellidos definen su oficio o cargo) son en su mayoría de origen marroquí, existe una minoría, los Laluyi, descendientes de los acompañantes andalusíes de Yuder Pachá, que siguen usando palabras castellanas y defienden con orgullo su origen andaluz, testimonio singular de la centenaria presencia española en el remoto Níger. Portan espadas rectas, comen un pan redondo adornado con dos cortes en forma de cruz y escudos heráldicos españoles blasonan sus casas señoriales en Gao y Tombuctú. En el oeste del Sahel algunos pueblos, ríos o montañas llevan nombres castellanos o valencianos y muchas familias conservan apellidos de claro origen español.
Poetas, arquitectos, sabios. Pero con ser impresionante la casi olvidada gesta del eunuco almeriense, Yuder no fue el primer andalusí de Tombuctú. A mediados del siglo XIII, la inquina de los visires cordobeses obligó a un admirado místico, Al-Fazzazi, llamado después Al-Qurtûbi por su ciudad de origen, a exiliarse a Marruecos, donde compuso un libro de poemas, Kitab-al-Ishriniyyat, famoso en todos los confines del Sahara y de obligada lectura aún hoy en las mezquitas de Tombuctú durante las fiestas del nacimiento del Profeta. Fue el primero de un larga serie de andalusíes vinculados a la historia de la ciudad.
Por una de esas portentosas casualidades de la historia, un notario de la alcaicería de Granada conoció al rey de Mali Kanku Mussa en Egipto, durante el viaje de éste a La Meca, y acabó construyendo una de las tres grandes mezquitas de Tombuctú: la de Yinguereber. Es-Saheli lo tenía todo (belleza, oficio digno, admiración por su maestría en caligrafía, retórica y gramática, y respeto por sus dotes de predicador) cuando, trastornado por su adicción al anacardo, escribió una versión de la Leyenda de la Caverna tildada de herético y comenzó a pregonarse por las calles como profeta.
Su forzado exilio lo llevó en 1322 de Granada al Magreb y más tarde a El Cairo, donde lo acogió un rico comerciante de nombre Kuwayk, a Siria, Bagdad, Yemen y La Meca. Aquí se cruzó con el gigantesco séquito de Kanku Mussa, amigo de Kuwayk, y decidió aceptar el ofrecimiento de éste para acompañarle a su reino. Aunque en Tombuctú brillo como diplomático y poeta, la historia recuerda a Es-Saheli como uno de los grandes arquitectos universales: el palacio real de Niani, la casa del rey de Tombuctú, la mezquita de Gao y la excelsa mezquita Yinguereber son obras suyas.
Otro español, el legendario Sidi Yahya Al-Andalusí, nacido en Tudela y muerto a orillas del Níger, donde se ganó la vida con el comercio y la enseñanza entre 1440 y 1468, es tenido por patrón de los 333 santos de Tombuctú y ante su tumba rezan los estudiantes que memorizan el Corán y las casadas que salen de la casa conyugal tras el primer año de matrimonio.
Más insólita si cabe es la historia de Alí Ben Ziyad al Quti, descendiente del rey visigodo Witiza, jurisconsulto y bibliófilo toledano que abandonó su patria en 1468 a raíz de la persecución de los Reyes Católicos contra los moriscos, emparentó con la realeza africana al casarse con Kadhija Sylla, nieta del gran emperador de Songhay, Sunni Alí, y se convirtió en patriarca de una estirpe que llega hasta nuestros días. Su hijo, Alfa Mahmud Kati (es decir, el godo) es el primer historiador africano, autor de una historia de los godos en España, antes y después de la conquista musulmana, y sobre todo de la fundacional Tarikh al-Fettach, obra de referencia sobre los antiguos imperios de Ghana, Mali y Songhay y sobre la gesta heroica de Yuder Pachá. Su encuentro en la corte de Gao en 1505 con Hasán al-Wazzan, más tarde conocido como León el Africano, es uno de los hitos de la historia del Sahara.
Los cuatrocientos manuscritos, en árabe, hebreo y aljamiado, que llevó consigo al exilio Ali Ben Ziyad, junto con los adquiridos por su hijo Mahmud durante su exitosa carrera política y las anotaciones personales de ambos en sus márgenes, constituyen el germen de la célebre Biblioteca de Tombuctú, pero esa es otra historia.
EN BUSCA DEL SUEÑO DORADO
Si en la exploración del continente africano por los expedicionarios europeos del siglo XIX abundan las historias portentosas, la búsqueda de Tombuctú es la joya de la corona de las aventuras extraordinarias. Tal vez sólo el nombre de Samarkanda posea similar poder evocador.
Aunque ya en 1375 el cartógrafo mallorquín Abraham Cresques dibujó en su Atlas Catalán al emperador de Malí con una pepita de oro en la mano junto a una ciudad que llamó Timbouch, y Hassan al- Wazzani, más conocido como León el Africano, primer europeo que entró en Tombuctú (en 1510 y 1515), la incluyó en su famosa Descripción de África, no fue hasta principios del XIX cuando atrajo la atención de las potencias europeas por sus supuestas riquezas.
El primer europeo no musulmán que alcanzó la mítica ciudad y volvió para contarlo fue René Caillié en 1828. Otros antes que él lo intentaron, y algunos incluso lo consiguieron, pero no regresaron con vida. Al parecer un marino francés, Pablo Imbert, llegó prisionero de una caravana hasta Timbuctú, pero murió como esclavo en Marruecos en 1640 sin dejar nada escrito. Si bien las aventuras del médico escocés Mungo Park dan para escribir varios libros y su descripción de la cuenca del Níger (1805) es primordial, lo cierto es que nunca alcanzó Tombuctú.
Alexander Gordon Laing, otro militar escocés, fue en cambio el primer no musulmán que la pisó, en agosto de 1826, tras un penoso viaje desde Trípoli y malherido por los tuareg, pero fue asesinado por un fanático jefe tribal en el desierto al emprender el regreso. Caillié, que había salido casi al tiempo que Gordon, alcanzó Tombuctú desde Sierra Leona, y le defraudó tanto que la describió como “un amasijo de casas de tierra mal construidas”, aunque le reconoce “un no sé qué de imponente”. Regresó por la ruta del desierto hasta Fez y Tánger y desde allí embarcó a Tolón para recoger el premio de 10.000 francos prometido por la Sociedad Geográfica de París.
En 1880, el geólogo alemán Oskar Lenz y el español Cristobal Benítez, tras perder la mitad de su caravana a lo largo de 40 abrasadores días y 40 gélidas noches de travesía sahariana, alcanzaron un Tombuctú en decadencia, sacudida por las luchas entre Tuareg y fellata, pero con las huellas de su viejo esplendor aún perceptibles. El 12 de diciembre de 1893 el teniente de navío Boiteux, seguido apenas un mes después por una columna al mando del coronel Bannier, entró en una ciudad semi abandonada y en ruinas, que quedó de esta forma incorporada al imperio colonial francés, hasta la independencia de Mali en 1960.
Para mas datos:
Exploradores españoles olvidados de África, de José Prieto. SGE. Madrid
Yuder Pachá y la conquista del Sudán. Yamaá Hispánica de Al-Andalus.
La conquista de Tombuctú, de Antonio Llaguno. Ed. Almuzara
Los otros españoles, de Ismael Diadié y Manuel Pimentel.
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23 de Abril del 2018

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