Como con Franco, el fútbol importa más que la dignidad perdida
Ayer, día de “reflexión” ante las elecciones al parlamento europeo, me acordé de Franco que, cuando no quería una manifestación programaba un partido de fútbol de interés y todo el mundo se recogía en casa. Los chivatos de la placa debajo de la solapa de la chaqueta avisaban de la prevista protesta e inmediatamente se rescataban del archivo de NO8DO cualquier partido histórico contra la roja Rusia o recortes de los mejores goles de España. El caso era tener a las gentes recogiditas, reunidas en amistad y familia con tal de que las palpitaciones se manifestaran sobre un encuentro de fútbol en vez de en la situación que se vivía. Ayer, cuando me asomé a la calle y vi el vacío de tráfico, la ausencia de paseantes y devenir de tantos, que produjo un partido de fútbol me acordé de Franco. De lo bien que se lo montaba para que el sindicato del metal viera mermada su convocatoria, que no hubieran reivindicaciones, que los grises descansaran y las familias compartieran una sola pulsación: EL FÚTBOL, ni Europa ni responsabilidades ciudadanas. Lo demás podía esperar para el día siguiente.
Franco se lo montó bien. Toma fútbol y déjate de protestar o de comentar. Todavía no se qué conexión hay entre la FIFA y la UE porque, ante la coincidencia de una reflexión política, apuntada hacia el futuro, programado quedó que el acontecimiento futbolero que dejó las calles vacías, incluso los hubo que aconsejaron que “ver tal partido era mejor en casa”, sustituyó la conversación sobre el día de reflexión.
De Europa no hemos escuchado nada y menos nos han informado. Cortinas de humo del “machismo” de un candidato, reproches al compañero de poder por no aportar soluciones, toques racistas para armar ruido y ocupar espacios informativos y muchas apuestas, demasiadas elucubraciones por parte de los cientos de opinantes que últimamente se ganan la vida de “contertulianos”. De Europa, de sus ventajas, de sus imposiciones, de su falso arbitraje, de sus ayudas que llegan mermadas al destinatario, nada de nada.
Lo que no se me escapó fue, y por intuición ante los últimos sucesos, fue la subida de la ultraderecha y el fresco brote de alternativas que, aunque pequeñas, no han sido ignoradas por el pueblo. Otra vez hay que afirmar que la sabiduría popular, a veces falla contra la mala práctica de la democracia y otras aporta aires nuevos.
Como ciudadano de a pie, me alegro del varapalo a los grandes, ojalá se pudiese hacer con los bancos, del resurgir de nuevas opciones, de que el arco parlamentario europeo aumente de colores, y como demócrata lamento que la respuesta de una gran parte de Europa se incline por la ultraderecha y cercanía con el racismo nazi.
Un asunto recurrente cuando se trata de lo que llamamos “el fútbol en tiempos de Franco” es el eterno debate sobre si había un “equipo del gobierno”. Y cuando se aborda, todo el mundo emplea el mismo argumento: el equipo del gobierno era el contrario. El suyo, en cambio, estuvo perseguido. Los madridistas aludían a la recalificación de los terrenos de Las Corts, hoy Nou Camp; los barcelonistas, al fichaje de Di Stefano, los atléticos al gigantismo de su vecino y así sucesivamente. Todos, en parte, tenían razón, porque el empeño del poder era que no hubiera un equipo del gobierno sino que todos los equipos fueran “del gobierno” dado que en la Nueva España todo debía ser “del gobierno”. Total, que nada ha cambiado porque hoy “del gobierno” lo es todo.
Al igual que hoy, la voluntad de control del Nuevo Estado sobre la sociedad civil era absoluta. Recordemos que en los primeros tiempos de la posguerra hasta las comunidades de vecinos tenían un “jefe de casa” nacionalsocialista. Hoy tenemos delegados de gobierno que se saltan a la torera el mandato autonómico. Todas las instituciones, cualesquiera que fuesen, debían someter sus juntas directivas a la aprobación gubernamental, que podía rechazar sus nombres e imponer otros. Hasta el Alto Tribunal de Justicia es elegido por los políticos en el poder. En el mundo del fútbol, que ahora nos ocupa, esto mismo se dio, evidentemente. Los clubes trataban de presentar a las personas más adictas posibles, pero no siempre lo eran lo suficiente.
Aunque creada en 1929 por un tabernero de Santander como pasatiempo para su clientela, la quiniela es un “invento” franquista, regulándose el boleto en 1946 y del que el Estado, como en todos los juegos de azar, sigue sacando grandes beneficios. Hoy la quiniela de nuestro presente y futuro son las papeletas de las elecciones, nada gratis por la parafernalia con que se acompaña y la exclusiva financiación de los grandes, que deben hasta de callarse. Estamos hablando de millones de euros para que ganen los de siempre. Préstamos bancarios y donaciones de grandes empresas, cantidades que se borran de la lista de deudas, mientras a cualquier ciudadano se le embarga por un puñadito de euros sin más defensa que sus vacíos bolsillos. ¿Cuánto deben los equipos de fútbol?, ¿Cuántos han sido embargados o desahuciados?. Dame fútbol y dime tonto, que ya me buscaré la vida como sea para comer.
Repito que me alegro de la decisión del pueblo por votar a quienes, aunque con pocos medios, se ofrecen para trabajar por los demás, pero todavía hay millones de personas que se ofrecen para trabajar para su familia y ni caso. Creo, incluso que las colas del paro son más largas que las de los votantes.
La quiniela de “a ver quien gana”, tiene como en los sorteos de la ONCE, bastantes opciones para elegir a quien queremos que nos administre o a quien no: municipales, estatales, autonómicas, europeas, …La otra, la del fútbol, también da sorpresas pero, al menos unos cuantos, que no siempre los mismos, ganan. En las papeletas de elecciones, por mucho que nos empeñemos, siempre ganan los de siempre y ya era hora del tirón de orejas. ENHORABUENA PUEBLO, ALGO ES ALGO.
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24 de Octubre del 2018

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