Manuel Benítez Carrasco, uno de los cien granadinos del siglo XX
Manuel Benítez Carrasco, fallecido el pasado día 25 de noviembre de 1999, es "uno de los poetas españoles contemporáneos más interesantes” o, según ha justificado la crítica más autorizada “por la tersura de su voz literaria, su estilo cálido, el colorido espléndido de sus versos y lo directo de sus cantares”.
Manuel Benítez Carrasco nació en Granada el 1 de diciembre de 1922 en pleno corazón del barrio del Albayzín, en la placeta del Salvador a la que tantas veces recitará y en el seno de una familia muy religiosa.
Pasó los primeros años de su infancia entre la colegiata albaicinera donde su tío Manuel Benítez Martínez era el coadjutor, la ermita de San Miguel Alto donde su padre ejercía de carpintero y vivía con su familia y las escuelas del Ave María, donde, como él mismo decía, aprendió las primeras letras. Así, dada la ubicación de su cuna no es de extrañar que el poeta haya traducido desde sus primeros escritos la belleza de Granada que sus ojos contemplaban desde los altos del cerro del Aceituno y por los requiebros de las callejuelas de su Albayzín natal.
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Recitando acompañado del catedrático Manuel Cano |
Benítez Carrasco inició su carrera literaria colaborando en la revista poética "Colección Vientos del Sur". Muy joven, en 1943, obtuvo su primer premio de relevancia, el Premio Nacional de Teatro de Escuadra con la obra "Luz de Amanecer", comenzando desde este momento una trayectoria literaria jalonada de galardones.
En 1947 marcha a Madrid, donde comienza a ganarse la vida como poeta, recitando sus poesías en teatros y clubes en los años 50. La peculiaridad de Benítez Carrasco: "no fue un poeta al uso como los conocemos hoy, que publican sus libros y les llaman para dar conferencias", sino que se ganaba la vida recitando su poesía en teatros y clubes de lujo. "Lo que nadie puede discutirle a Benítez Carrasco es que salía a un escenario a recitar sus poesías y triunfaba. Llenaba los escenarios, los abarrotaba”
Sin embargo, en Madrid no termina de encontrar su hueco y se marcha a América, donde le llega el éxito. Desde 1955 su figura es totalmente inseparable de Hispanoamérica: viaja a Cuba y en la isla caribeña permanece durante todo un año. A partir de este momento la figura de Manuel Benítez Carrasco es totalmente inseparable de México, donde pasa gran parte de su vida.
A partir de los años 70, Benítez Carrasco empezó a alternar su residencia en México con estancias en Granada, donde vino a morir en 1999. Un año antes fue nombrado hijo predilecto de la ciudad de Granada, año en que también se le dedicó una importante avenida y paseo ajardinado en el barrio de la Oliva en Sevilla.
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Su mestizaje poético coincide con el flamenco de tal manera que sus soleares y cantares son hoy piezas sin las cuales no se podría hablar de un cante universal.
En un mosaico, colocado en la fachada de la casa natal del poeta, se lee esta sintetizada y sencilla autobiografía.
Sencillamente he vivido:
y quisiera que, al final,
sencillamente la muerte
me diga:¡ vámonos ya!
Como ejemplo de su extensa y dilatada producción poética, podemos destacar “El puente”, donde se refunden todos sus recursos líricos y sentimentales sin perder ese estilo andaluz que le caracteriza:
¡Qué mansa pena me da!
El puente siempre se queda y el agua siempre se va.
I
El río es andar, andar
hacia lo desconocido;
ir entre orillas vencido
y por vencido, llorar.
El río es pasar, pasar
y ver todo de pasada;
nacer en la madrugada
de un manantial transparente
y morirse tristemente
sobre una arena salada.
El puente es como clavar
voluntad y fundamento;
ser piedra en vilo en el viento,
ver pasar y no pasar.
El puente es como
cruzar aguas que van de vencida;
es darle la despedida
a la vida y a la muerte
y quedarse firme y fuerte
sobre la muerte y la vida.
Espejo tienen y hechura
mi espíritu y mi flaqueza,
en este puente, firmeza,
y en este río, amargura.
En esta doble pintura
mírate, corazón mío,
para luego alzar con brío
y llorar amargamente,
esto que tienes de puente
y esto que tienes de río.
II
¡Qué mansa pena me da!
El puente siempre se queda y el agua siempre se va.
Tristemente para los dos, amor mío,
en el amor, uno es puente y otro, río.
Bajo un puente de suspiros agua de nuestro querer;
el puente sigue tendido, el agua no ha de volver.
¿Sabes tú, acaso, amor mío,
quién de los dos es el puente, quién, el río?
Si fui yo río, qué pena
de no ser puente, amor mío;
si fui yo puente, qué pena de que se me fuera el río.
Agua del desengaño,
puente de olvido;
ya casi ni me acuerdo
que te he querido.
Puente de olvido.
Qué dolor olvidarse
de haber querido.
III
Ruinas de mi claridad,
derrumbado en mi memoria tengo un puente de cristal.
Yo era como un agua clara cantando a todo cantar,
y sin que me diera cuenta pasando a todo pasar.
El puente de mi inocencia se me iba quedando atrás;
un día volví los ojos,
¡qué pena!, y no lo vi más.
IV
Y seguramente,
y seguramente
que no lo sabía;
de haberlo sabido...
no se hubiera roto el puente.
Ay... pero este puente...
¿pero es que no lo sabía...?
¿pero no sabía el puente
que yo te quería... ?
y seguramente que no lo sabía;
de haberlo sabido...
no se hubiera roto el puente.
¡Pero este maldito puente...!
¿Pero es que no lo sabía?
Pero no sabía el puente
que yo lo quise pasar
tan sólo por verte;
y seguramente
que no lo sabía;
de haberlo sabido...
no se hubiera roto el puente.
V
¡Qué miedo me da pensar!
y mientras se van los ríos
qué miedo me da pensar
que hay un gran río que pasa
pero que nunca se va.
Dios lo ve desde su puente
y lo llama: eternidad.
VI
Difícil conformidad:
el puente dice del río:
¡quién se pudiera marchar!
y el río dice del puente:
¡quién se pudiera quedar!
VII
Agua, paso por la vida;
piedra, huella de su paso;
río, terrible fracaso;
puente, esperanza cumplida.
En esta doble partida
procura, corazón mío,
ganarle al agua con brío
esto que tienes de puente,
y que pase buenamente
esto que tienes de río.
y aquí termino el cantar
de los puentes que se quedan,
de las aguas que se van.
26 de Abril del 2018

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